La Hermosa Melodía que es la Vida
FUENTE http://preparemonosparaelcambio.blogspot.com.es
Abrí los ojos, el pulso acelerado, el reloj marcaba las 7:00
am, escuchaba claramente su tic tac sin parar. Cada segundo pasaba y no
tenia piedad de mi. —¡Cinco minutitos más! Me escuche decir con una voz
que casi ni se me entendía. Tenía frío y mis frazadas no lograban darme
el calor que yo necesitaba. Decidí levantarme porque no me quedaba de
otra ¿verdad? Tomé un baño y salí rumbo al trabajo, pero cuál fue mi
sorpresa ¡Estaba en Paris! El destino turístico más popular del mundo,
considerada la ciudad más hermosa y romántica del mundo. El lugar
perfecto para los enamorados. ¡Si! para los enamorados, pero no para mí,
que en realidad estaba más sola que mi vecina, la del 32. Si yo les
contará lo amargada que está no me lo creerían. Bueno dejemos la vecina
solterona y mejor le sigo ¿no?
¡París! Salí en busca de todo y de nada hasta que me encontré en una
calle céntrica aunque secundaria. Ahí se había un hombre sucio y
maloliente que tocaba una vieja armónica frente a él. Sobre el suelo
estaba su boina con la esperanza de que los transeúntes se apiadaran de
su condición y le arrojaran algunas monedas para llevar a casa. El pobre
hombre trataba de sacar una melodía, pero era imposible identificarla,
debido a lo desafinado del instrumento y a la forma tan, pero tan
aburrida con que tocaba. Vi a un hombre fascinante caminar, que junto
con su esposa y unos amigos salía de un teatro cercano y pasaron frente
al mendigo. Todos arrugaron el rostro al escuchar semejante atrocidad y
no pudieron más que sonreír de buena gana. Y vaya que este hombre
fascinante conocía del tema. El era un concertista.
La esposa le pidió que tocara algo. El hombre echó una mirada a las
pocas monedas en el interior de la boina del mendigo, y decidió hacer
algo. Le pidió amablemente la armónica y entonces, vigorosamente y con
gran maestría, arrancó una melodía fascinante del viejo instrumento. Los
amigos comenzaron a aplaudir y los transeúntes comenzaron a
arremolinarse para ver el improvisado espectáculo. Al escuchar la
música, la gente de la cercana calle principal acudió también y pronto
había una pequeña multitud escuchando a media calle el extraño
concierto. La boina se llenó, no solamente de monedas, sino de muchos
billetes de todas las denominaciones. Mientras el maestro de la música
tocaba con singular alegría y tenía a la multitud fascinada con sus
maravillosas notas, el mendigo musical estaba aún más feliz de ver lo
que ocurría y no cesaba de dar saltos de contento y repetir orgulloso a
todos: “¡¡¡Esa es mi armónica!!! ¡¡¡Esa es mi armónica!!!” Lo cual, por
supuesto, era evidentemente cierto.
Un viento frío recorrió esa avenida, un nuevo espectador se detuvo a
mi lado y dejó salir una voz muy singular para decirme: “¿Te fijas, la
vida nos da a todos una armónica. Son nuestros conocimientos, nuestras
habilidades y nuestras actitudes lo que hacen la diferencia de una a
otra. Y tenemos libertad absoluta de tocar esa armónica como nos plazca.
Nacimos con la facultad de decidir lo que haremos de nuestra vida. Y
esto, claro, es tanto un maravilloso derecho, como una formidable
responsabilidad. Algunos, por pereza, ni siquiera se dan cuenta que,
además de solo ser una armónica, es un instrumento que nos sirve para
hacer feliz a muchas personas. No perciben que en el mundo actual hay
que prepararse, aprender, desarrollar habilidades y mejorar
constantemente actitudes si hemos de ejecutar un buen concierto.
Pretenden una boina llena de dinero, y lo que entregan es una melodía
desafinada y poco artística que no gusta a nadie. Esa es la gente que
hace su trabajo al ahí se va. Que piensa en términos de “me vale”, y que
cree que la humanidad tiene la obligación de retribuirle su pésima
ejecución, cubriendo sus necesidades. Es la gente que piensa solamente
en sus derechos, pero no siente ninguna obligación de ganárselos. Y no
es más que la verdad, por dura que pueda parecernos. A ti y a mí y a
cualquier otra persona nos toca aprender, tarde o temprano, que los
mejores lugares son para aquellos que, no solamente poseen una buena
armónica, sino que aprenden con el tiempo a tocarla con maestría. Por
eso debemos de estar dispuestos a hacer bien nuestro trabajo diario, sea
cual sea. Y aspirar siempre a prepararnos para ser capaces de realizar
otras cosas que nos gustarían y que sabemos que somos capaces de lograr.
El mundo en el que vivimos está lleno de ejemplos de gente que, aún con
dificultades iniciales, llegó a ser un concertista con esa simple
armónica que es la vida. Y también, por desgracia, registra los casos de
muchos otros que, teniendo grandes oportunidades, decidieron con ese
bello instrumento ser mendigos musicales. Hacer algo grande de tu vida,
esa sí que es una decisión personal.”
Desperté y efectivamente mi pulso seguía acelerado, eran las 7:00 am.
No estaba en Paris. Era el mismo barrio de siempre con las mismas
cosas, las mismas personas, la misma rutina. Lo único que había cambiado
era mi actitud. Mi actitud hacia la vida. Miré al techo, salté de la
cama, tomé mis libros, que son mi armónica, y salí corriendo a enseñar a
mis alumnos lo bello que es que deleitar a los demás con la hermosa
melodía que es la vida.
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